A ORILLAS DE LA CIFRA
Xosé Carlos Arias
Tulipanes de amargo aroma
“Manías, pánicos y cracs” (Ariel) es uno
de los mejores libros del gran historiador de las finanzas Charles
Kindleberger. En sus páginas se explica del modo más convincente que lo que
caracteriza la evolución de los mercados financieros desde hace siglos es su
comportamiento cíclico: con fases más o menos largas, más o menos agudas, según
los casos, en esos mercados se repite una historia de subidas y bajadas, de
momentos de euforia a los que inevitablemente siguen pánicos y depresiones. Es
decir, formas de actuar en muchos
casos extremas y patológicas.
No es raro
que, desde 2008, ese libro esté entre los más frecuentados por todos aquellos
que quieren entender las claves de la cadena de desgracias económicas y
sociales que se nos han venido encima. Mejor nos hubiera ido si se le hubiera
prestado la misma atención antes de la explosión de la crisis (la edición
original es de 1989). Pero por entonces no muchos demostraban interés por ese
tipo de lecturas. En otro libro importante, publicado este en 2009, “Esta vez es distinto” (Fondo de
Cultura), Carmen Reinhart y Ken
Rogoff desarrollaron los argumentos de Kindleberger, dotándolos de un
impresionante soporte estadístico.
El título de esta última obra es particularmente afortunado, pues hace
referencia a algo que es característico de las fases de euforia, cuando las
burbujas están en pleno proceso de formación: sí, es cierto que en el pasado hubo excesos de especulación
que acabaron en grandes colapsos, pero…. ahora es diferente. Cuando eso se dice
–y se dice siempre- es que se están preparando las condiciones para la
siguiente tormenta perfecta.
Han pasado ya
cinco años de la explosión de la gran burbuja, pero no sobra recordar que
durante las dos décadas anteriores se fue consolidando una de las mayores
contradicciones de la historia del capitalismo: el mayor grado de desarrollo de
las finanzas que haya conocido la humanidad se dio al mismo tiempo que se
consolidaba la idea de que aquella expansión no tendría fin: que ya habíamos
alcanzado al fin un estadio de estabilidad y racionalidad generalizadas que
hacía impensable que sobreviniera una crisis: esta vez parecía –siempre parece-
que era distinto. La consecuencia
fue que se imaginara como perfectamente razonable que los mercados financieros
avanzaran lo más lejos posible de controles y regulaciones públicas, los cuales
tan sólo veinte años antes parecían inexcusables. Recuérdese que por entonces
casi nadie osaba rebatir las opiniones del principal portavoz de esa
mentalidad, el presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan,
El gran poeta
polaco Zbigniew Herbert dedicó hace años un hermoso ensayo –“Tulipanes de amargo aroma”- a uno de los episodios de locura
financiera estudiados también por
Kindleberger: la tulipmania
(especulación masiva desatada sobre el comercio de tulipanes), desarrollada en
Holanda en el siglo XVII. Se cuenta allí cómo un pueblo muy sensato y avanzado
para la Europa de esa época se dejó llevar por tal deriva, y cómo se sucedieron
“un largo y desesperado asalto de las multitudes a la fortuna, y un pánico
salvaje y repentino”. Nada nuevo
por tanto bajo el sol. Y menos que nada la conclusión más clara que cabe
extraer de todo ello: que a las finanzas hay que tenerlas bien amarradas,
porque de no hacerlo, la cosa acaba siempre en tragedia.