A ORILLAS DE LA CIFRA
Xosé Carlos Arias
Un relato coherente
Poco a poco
se va conformando un flujo de análisis rigurosos sobre lo que desde hace un
interminable lustro nos está pasando. En particular, las políticas aplicadas en
Europa a partir de la primavera de 2010 van quedando ya desentrañadas. Y el
juicio es sumarísimo: han sido políticas en gran medida equivocadas, que
crearon más y más graves problemas de los que resolvieron. Hace unos meses
fueron diferentes estudios sobre el valor de los multiplicadores fiscales, que
han resultado ser mucho mayores de lo que inicialmente se pretendía, es decir,
los ajustes del presupuesto tuvieron un efecto contractivo muy superior. Pues
bien, ahora merece destacarse un
recientísimo artículo aparecido en la plataforma voxEU (imprescindible para
quien quiera saber de los avances en la investigación académica sobre la Gran
Recesión), que está provocando aplausos y vivas discusiones.
Bajo el
título “Panic-driven austerity in the
Eurozone and its implications”, uno de los más reconocidos expertos en
economía europea, Paul De Grauwe,
y su colega Yumei Ji examinan la secuencia completa de la reciente
política económica en la UE y alcanzan algunas conclusiones difícilmente
rebatibles. Primero, el motivo fundamental que forzó a poner en marcha de un
modo improvisado esa política fue el pánico: la locura de las primas de riesgo
desatadas no fue un simple mensajero de disfunciones profundas en la economía,
lo que obligaría a llevar adelante los bruscos ajustes, gustara o no, sino que
éstos fueron debidos sobre todo al imperio del miedo en los mercados de
capitales.
En segundo
lugar, también resulta muy convincente su explicación de cómo a lo largo de
2010 y 2011 el BCE siguió una línea de “letal inhibición”, que permitió que
aquellos comportamientos irracionales de los inversores acabaran por imponerse
en la trayectoria de los mercados. Una discusión interesante en este punto es
si lo hizo porque el propio banco central se vio dominado por el pánico, o si
fue algo premeditado, con el fin de imponer reformas necesarias en largo plazo
a los acreedores: más bien parece que ocurrió esto último. En todo caso, bastó
con que el BCE se pusiera a la tarea –por tres veces lo hizo en 2012- para que
aquellas patologías desaparecieran en gran parte, y con ello retornara una
cierta tranquilidad a los mercados financieros.
Y en tercer
lugar, no queda duda de que la intensidad de los ajustes está directamente
asociada tanto a la magnitud de la recesión que ahora mismo se vive en el continente,
como al agravamiento del problema originario, los desajustes fiscales: los
datos que en el estudio se utilizan dejan claro que “cuanto más intensa la
austeridad, mayor el aumento del porcentaje de la deuda pública sobre el PIB”.
Nada más y nada menos.
Con la
aparición de investigaciones rigurosas como la que aquí se comenta, el relato
de lo ocurrido en estos años se va haciendo cada vez más completo y coherente.
La conclusión inapelable, desde una perspectiva estrictamente económica, es que
esa política ha sido, y desgraciadamente todavía es, un disparate. Si a eso se
añaden sus perversos efectos sociales y la creciente desmoralización que
detectan todas las encuestas, nada que no sea pasar página será aceptable para
la política económica europea. Por
eso cada cumbre que pasa sin hacer nada es una oportunidad perdida, que hace
más profundo el hoyo de frustración.