A ORILLAS DE LA CIFRA
Xosé Carlos Arias
Algunas novedades
europeas
Acostumbrados
en los últimos años a que al hablar de Europa desborden las malas noticias (a
diferencia, por cierto, de lo ocurrido a lo largo de las dos décadas
anteriores), se nos hace raro que coincidan varios fenómenos novedosos que
pudieran introducir nuevas y esperanzadoras tendencias en el continente. El
caso es que efectivamente hay varios hechos recientes que podrían contribuir a
sanear la atmósfera cargada en la vieja Europa. El primero es la inmediata
entrada en vigor de algunos aspectos de la Unión Bancaria; es cierto que por el
camino este proyecto de largo alcance quedó demediado, al recortarse mucho el
ámbito de aplicación de la supervisión bancaria única europea, estando aún los
mecanismos de resolución faltos de concreción; pero su simple entrada en vigor
supone una pieza imprescindible en tres direcciones: evitar la segmentación
bancaria, favorecer la estabilidad financiera y, en último término, completar
la unión monetaria. Algo que sin duda debió hacerse unos cuantos años atrás.
La segunda
novedad es menos clara, o al menos contiene elementos más discutibles: parece
que, al fin, la UEM, ha superado su peligroso juego de los diez negritos, es decir, el proceso de rescates a
sucesivos países, en forma de rosario. Cierto que no está descartado un nuevo rescate a Portugal, pero el hecho
de que los hombres de negro hayan abandonado Dublín y todo indique que, contra
lo que hasta hace poco parecía inevitable, no vayan a visitar Liubliana,
constituye buenas noticias. Otra cosa es, naturalmente, los destrozos que las imposiciones a
menudo exageradas, o incluso arbitrarias, de la troika hayan causado a esos
países (lo que sus poblaciones y sus procesos productivos pueden acusar durante
años), pero para el conjunto del continente estamos ante un cierto regreso a
normalidad que contribuirá a distender el entorno político económico.
La tercera
novedad no se da en el ámbito de la UE, sino en un país concreto, Alemania,
pero podría tener apreciables consecuencias sobre el conjunto de la Unión. Se
trata de la formación de un gobierno de gran coalición, que ya ha anunciado un
viraje significativo en la política económica. La imposición por parte del
partido socialdemócrata de un salario mínimo y otras reformas sociales
progresivas, no solo cambia diametralmente las prioridades de este partido –que
fue quien impuso sus reformas disciplinantes hace una década- sino que debiera
significar el final de la política de austeridad generalizada en el conjunto
del continente: se ha repetido hasta la desesperación que si todos los países
ajustan sus economías al mismo tiempo dentro de una Unión Monetaria, el
resultado no puede ser sino el desastre, como efectivamente ha sido; pues bien,
en los próximos meses se va a producir una subida significativa de salarios en
Alemania, lo que hará que despierte allí un ahora aletargado afán de consumir.
Que se anime aquella economía en el ámbito interno no puede ser más
que un factor de impulso para quienes tanto necesitamos exportar allí nuestros
productos.
Pero es que,
además, a partir de ahora probablemente se haga más difícil seguir exigiendo a
los demás lo que dentro se ha dejado atrás. En particular, ya no podrán los
alemanes alegar que ellos experimentan lo mismo en sus propias carnes para
insistir en la reducción de salarios, o los recortes indiscriminados de los
países de la periferia. Entre otras cosas, porque el salario mínimo alemán casi
triplicará el español. De ahí
resultará, más que probablemente, una relajación de la presión sobre los
gobiernos de los países de la periferia, hasta el momento inmisericorde. No
quiere ello decir que el horizonte de austeridad desaparezca; sólo que se debiera
disponer de un modo más gradual y equilibrado. Aunque todo eso habrá que
tocarlo para creerlo, no parece que el acuerdo entre Merkel y Gabriel traiga
precisamente malas noticias, ni al gobierno de Rajoy ni a los ciudadanos
españoles.