A ORILLAS DE LA CIFRA
Xosé Carlos Arias
Los límites de la insolidaridad
Aceptemos que no se debe tolerar un casino anclado en medio
del Mediterráneo. Afirmemos con claridad que no es posible que el sistema
bancario de un país sea casi ocho veces mayor que el tamaño de su economía (lo
cual por cierto, debió ser tenido en cuenta antes del ingreso de Chipre en la
UEM, ¡hace apenas cinco años!). Aprobemos con entusiasmo la idea de que los
desmanes financieros deben pagarlos aquellos que los han provocado.
Reconozcamos incluso que la fórmula final de resolución del rescate chipriota
ha sido aceptable en sus términos, teniendo en cuenta todas las circunstancias.
Aún así, lo acontecido en estas últimas semanas quedará sin duda registrado en la
historia universal del despropósito político.
Desconcierto, chapuza, disparo al propio pié, bomberos
pirómanos: todas esa expresiones apuntan a una descripción amable de lo que ha
sido el comportamiento del llamado Europrupo durante estos días, en los que los
principales líderes de la UE -y también Mario Draghi- han estado totalmente
ausentes. Recordemos que los ministros de Economía aprobaron por unanimidad una
leva sobre todos los depósitos de la isla, lo que daba lugar a una quiebra del
principio de garantía del Estado y la consiguiente crisis general de la
confianza en la banca (un negocio que, no se olvide, se basa precisamente en
eso). Que era un gran dislate lo prueba que ahora –también de forma unánime- no
se escucha más que el mensaje contrario: los depósitos asegurados no se tocan
ni se tocarán. El problema es que el demonio de la desconfianza, una vez
liberado de grilletes, es malo de volver a atar: por eso, esta crisis
chipriota, mucho más allá de lo insignificante que pueda ser su economía, deja
un legado perverso que ojalá no haya que recordar en futuros episodios de
inestabilidad financiera en Europa, que los habrá. No es raro, entonces, que
una y otra vez se repita la misma pregunta: ¿cómo ha sido posible ese error?.
Quizá caben distintas respuestas, pero hay una más
convincente que las demás: en los últimos años, bajo la creciente hegemonía
alemana, Europa ha ido amoldándose a un único modo de resolver sus graves
problemas: ajustando cuentas con aquellos países, aquellas sociedades, que han
basado su crecimiento anterior a 2008 en la palanca de la deuda; es decir, que
–se afirma- han vivido por encima de sus posibilidades a cargo de os
contribuyentes del centro y el
norte del continente. Esa obsesión moral hace imposible algo sin lo cual un
verdadero proceso de integración europea no puede sobrevivir por mucho tiempo:
una mínima empatía y una implicación de los distintos países –sobre todo los
más poderosos- en la resolución de los problemas de los demás. Al igual que ha ocurrido con la consolidación
fiscal a ultranza, la gestión de la crisis de Chipre, muestra que traspasar los
límites de la insolidaridad –por obsesión doctrinal o pura inercia- acaba
siempre por tener un coste también para así quien lo impone.