A ORILLAS DE LA CIFRA
Xosé Carlos Arias
Silencioso
paso de la historia
En su
extraordinario volumen de memorias recientemente editado en castellano, el gran
pensador liberal francés Raymond Aron afirma que (Memorias. Medio siglo de reflexión política, RBA, 2013). Algo que
puede parecer muy poco apropiado para describir estos tiempos, en los que
muchos de nosotros tenemos la sensación de que el mundo está cambiando bajo
nuestros pies, pero ocurre no precisamente en silencio, sino en medio de una
estruendosa fanfarria.
Y sin
embargo, algunas hechos ocurridos en las últimas semanas o meses, que apenas
han llamado la atención de algunos medios especializados, acaso sean recordados
con el tiempo como hitos importantes en la construcción de un nuevo orden
económico y político internacional de cara a las próximas décadas. Me refiero,
por ejemplo, a la creación de la Alianza del Pacífico, un acuerdo por el
crecimiento firmado por cuatro de los países más dinámicos de América latina (Chile,
Perú, Colombia y México). Nace la Alianza como clara alternativa a la languidez
de los actuales bloques para la integración económica en la región, los cuales
han ofrecido siempre mucha más retórica que realidades tangibles. Es verdad
que, por el momento, la iniciativa es modesta, y se limita a fomentar los
acuerdos comerciales, además de suscitar dudas por la sonora ausencia del
gigante económico del área, Brasil. Pero podríamos estar no sólo ante el
comienzo de un interesante camino, sino, sobre todo, ante la señal de que
América latina se levanta como un actor a tener en cuenta en la economía
internacional del futuro; una región en la que, por lo demás, cada vez pesa
menos su gran vecino del norte, ante la presencia creciente de la pujanza inversora
china.
Mucho más
importante aún –aquí sí podríamos estar hablando de un hecho trascendental- es
la Cumbre de Durban, que reunió a los jefes de Estado de los BRICS el pasado
mes de marzo. En esa reunión se ha lanzado un nuevo modelo de cooperación entre
los principales países emergentes, con resultados claros en los ámbitos del
comercio y las finanzas (incluida la creación de un banco de desarrollo). Pero
su mensaje fundamental va mucho más allá de los acuerdos concretos: somos
países ya muy poderosos económicamente –nos están diciendo con altavoces,
aunque apenas les prestemos atención-, pues nuestras economías representan ya
más de un 20 % del total de la producción mundial, habiéndose doblado en apenas
diez años; algunos de nosotros nos contamos entre los grandes acreedores en el
juego de las finanzas globales, por lo que cualquier solución a los problemas
del mundo desarrollado (por ejemplo y muy destacadamente, los de la eurozona)
deben contar con nuestro acuerdo; y además, como ya se ha dicho antes, somos
cada vez más decisivos en resto del mundo: en América latina, pero también en
África. En consecuencia, reclamamos más poder político.
Es decir, a
estos países, ya no parece bastarles su presencia en foros como el G-20, o los
cambios realizados en organismos como el FMI o el Banco Mundial. Exigen más,
pues saben que su presencia en la recomposición del orden internacional después
de esta crisis será imprescindible. Por eso tal vez estemos ante otro de esos
pasos silenciosos de la historia de los que dejó constancia Aron.