Si todas las
grandes crisis tienen sus villanos, parece que esta que ahora nos acongoja ya
ha elegido el suyo: por encima de otros insignes candidatos –ya se sabe: los
políticos, los tecnócratas,…-, quienes se alzan sin discusión con la palma son
los banqueros. Los testimonio son innumerables. Hasta un poeta tan volcado
hacia el interior de sus soledades y sus miedos como Antonio Gamoneda lo ha
sentenciado en su último libro: “Quemar, por ejemplo, los trépanos y las
finanzas financieras”.
De un modo
algo menos literario, a una pregunta sobre cómo es posible que las cuentas de
Bankia se transformaran como por ensalmo de ser un paraíso de 3.000 millones de
beneficios en un infierno de 300 millones de pérdidas, acaba de contestar uno
de nuestros grandes banqueros, Francisco González: “La contabilidad es como un
chicle”. Acabáramos. En realidad, no se trata de ningún descubrimiento: hace ya
tiempo que supimos que eso de la interpretación diversa de los balances y la
“contabilidad creativa” no es un asunto exclusivo de países del Tercer Mundo.
Por el contrario, hace ya una década que nada menos que en Estados Unidos se
desató la famosa crisis de las finazas corporativas, que se llevó por delante
algunas de las principales empresas del país por falsear sistemáticamente sus
datos contables (como el célebre caso Enron). ¿Y qué decir de nuestra querida
Europa, en donde se ha demostrado que al menos un país –Grecia- falseó su
contabilidad nacional…con la inestimable ayuda de uno de los grandes bancos de
inversión del mundo.
Pero, por
conocidos que sean esos hechos, la sinceridad del señor González es de las que
hielan la sangre. Porque, entonces,... ¿eso mismo se puede aplicar al resto de
las entidades, al conjunto del sistema financiero?. Recuérdese la obviedad de
que las relaciones financieras se distinguen de casi todos los demás
intercambios económicos en que se basan enteramente en la confianza. Y sin
datos firmes, incuestionables –todo lo contrario de la materia del chicle-, el
suelo de todo ese edificio comienza a abrirse. Recordemos también que el origen
de la sucesión de desgracias de los últimos años está en las finanzas
completamente fuera de escala y al margen de posibilidades efectivas de control -¿controlar qué, si ni
siquiera estamos seguros de registrar verazmente los datos?- desarrolladas en
las últimas décadas.
Sin pretenderlo, uno de los dos
principales banqueros españoles nos ha dado una clave que conduce a una
importante conclusión: vivimos sobre una bomba de tiempo -las finanzas
globalizadas- cuya dimensión exacta seguimos sin saber. Y a pesar de que a
todas hora oímos hablar de reformas, ninguna de ellas se refiere a lo más
urgente: abrir un camino de cambios que de una vez desactive ese peligro.