A ORILLAS DE LA CIFRA
Xosé Carlos Arias
El pésimo verano de los
mercados emergentes
A lo largo de
los últimos meses en la economía internacional se han registrado algunas
novedades tan interesantes como inesperadas; las hay decididamente positivas,
como la consolidación de la línea de crecimiento en Estados Unidos y la
estabilización europea. Pero algunas tendencias nuevas resultan altamente
preocupantes. Entre ellas merece destacarse la azarosa evolución de la mayoría
de las economías emergentes, sobre todo las de los ya famosos BRICS (quizá con
la notable excepción china). Y es curioso que después de cinco años de dura
crisis, en los que esos países han ofrecido más soluciones que problemas a la
economía mundial, ahora mismo se observen tendencias crecientes hacia la
situación contraria (que, no olvidemos, era la más común antes de 2008).
El mal verano
de muchos países emergentes no se ha dado solamente en el ámbito económico: una
inesperada ola de malestar y revueltas sociales avanzó por países que venían
gozando de un considerable estabilidad política, desde Brasil a Turquía, lo que
obliga a plantear la cuestión de hasta qué punto es sostenible su actual
dinámica económica. Pero es en relación con esta única donde han surgido las
mayores dudas, que en buena parte tienen que ver con las consecuencias de una
eventual retirada de los estímulos monetarios en Estados Unidos y otros países
industrializados: la posibilidad de que en un plazo no lejano desaparezcan los
tipos de interés ultrabajos, está llevando a una reorientación de los flujos de
capital hacia los países más desarrollados. Su consecuencia más visible es la
intensa depreciación de divisas como las de Brasil, Sudáfrica o India. El caso
de este último país es muy significativo: considerado como una inesperada
historia de éxito durante los últimos años, de pronto ha despertado con una
fuerte desaceleración económica y un rápido deterioro de sus cuentas
exteriores. Es ahora cuando recordamos los múltiples factores que siguen
estrangulando las posibilidades a largo plazo de esa economía (y de otras
muchas de ese entorno): el lamentable estado de las infraestructuras, los bajos
niveles educativos, los abismos de la desigualdad.
Para los
países desarrollados la nueva situación que se va configurando trae consigo
alguna ventaja: por ejemplo, la recomposición de los flujos está provocando
ahora mismo una cierta entrada de capitales en Europa, que explica en parte la
mejora de las primas de riesgo en los países periféricos. Pero junto a ello aparecen
también riesgos notables. El mayor es, sin duda, que una eventual contracción
del mundo emergente provoque el temido colapso del comercio internacional que,
precisamente, el auge de esos mercados consiguió evitar en lo peor de la
crisis. Ese hecho sería fatal para economías como la alemana –o en otro grado,
la española-, tan dependientes de sus capacidades exportadoras para poder
seguir creciendo.
Es por esto
último que uno de los datos que con más ansia se ha seguido en Europa durante
el verano ha sido el del PIB del gigante chino; y aquí la sorpresa ha sido
positiva: la desaceleración parece estar siendo más suave de lo esperado,
apuntando las previsiones de crecimiento para final de año a un estimable 7,5
%. En todo caso, la situación es
fluida y cambiante, y refuerza la impresión de que, de cara a 2014, una parte
decisiva del juego económico se sitúa en tierras lejanas, ya sean de Asia o
América latina.