A ORILLAS DE LA CIFRA
Xosé Carlos Arias
¿Otra guerra cambiaria a la vista?
En una columna publicada hace cuatro meses (“Políticas monetarias:
¿hacia una nueva agenda?”, Mercados, 9-XII-2012) intenté mostrar cómo el debate acerca de la política monetaria se estaba agitando, tanto en los ámbientes académicos como en os de la decisión
política, abriéndose a una serie de cambios hasta ese momento impensables. Pues
bien, una buena parte de esos cambios ya están aquí: en este momento a nadie
parece extrañar ya demasiado que banqueros centrales o responsables de
organismos internacionales hablen con cierta naturalidad de que las estrategias
monetarias han de ir mucho más allá del objetivo de la inflación en un 2 %: que
han de integrar control de liquidez y regulación prudencial; o incluso que
aborden asuntos tabú hasta hace muy poco, como la conveniencia de reintroducir controles de capital, o de
limitar en algún sentido los estatutos de independencia de los propios bancos emisores.
Pero sobre todo lo que se ha convertido en una realidad visible es
el hiperactivismo –por tierra, mar y aire- de la mayoría de los bancos
centrales para intentar reanimar sus economías. El Banco de Japón, sobre todo,
pero también el de Inglaterra y la Reserva Federal tienen en este momento en
marcha estrategias monetarias ultraexpansivas, usando instrumentos considerados
hasta hace poco como muy heterodoxos.
No hablaré ahora de si esas políticas son o no acertadas en un sentido
general, sino de una implicación suya muy concreta y preocupante: puesto que la
abundancia de medios de pago en esas economías va a impulsar una depreciación
de sus tipos de cambio, ¿cabe temer que de ahí surja una guerra cambiaria, a
través de depreciaciones competitivas, que acabe por abatir el comercio internacional?.
Las espirales proteccionistas –características de las épocas de
crisis, y que durante esta Gran recesión afortunadamente por el momento se han
conseguido evitar- las carga el diablo, y pueden proceder de dos vías: del alza
no negociada de las tarifas y otras formas de protección comercial, y de la
presión bajista sobre el propio tipo de cambio para ganar competitividad. Lo que el conocimiento de la historia
demuestra –por ejemplo, la de los años treinta- es que la primera es siempre
letal, pues intentar escapar de la crisis gravando al vecino acaba por ser
perjudicial para todos; pero es mucho menos claro para el caso del tipo de
cambio: de hecho, en los treinta el abandono general del Patrón oro acabó por
surtir efectos positivos para el conjunto. Por cierto, a estos asuntos acaba de
dedicar el presidente de la FED, Ben Bernanke una de sus últimas conferencias,
celebrada en la London School a finales de marzo pasado.
La cuestión central aquí es si el efecto positivo que sobre el
conjunto de la economía y el comercio mundial traerán consigo políticas
expansivas que reactivarán la demanda de países muy poderosos, podría ser
contrarrestada por la merma en la capacidad competitiva –debido a la presión
sobre los precios relativos- de aquellos países que queden al margen de esas
políticas. No es posible dar una respuesta general, pero sí cabe señalar que
aparece aquí un nuevo y singular elemento de incertidumbre para la eurozona: el
hecho de ser la única área monetaria del mundo desarrollado al margen del
fuerte activismo monetario, puede presionar al euro en una carrera al alza que
lastre seriamente las exportaciones de nuestros países. De donde surge una
interesante pregunta: puesto que Alemania y algunos de sus satélites, como
Holanda, dependen fuertemente de su capacidad exportadora, ¿no estará llegando
el momento en que impongan un cambio de rumbo a la política del BCE?. Veremos.