Recensión del libro:
Norman Schofield et
al. (eds), Political Economy of
Institutions, Democracy and Voting. Heidelberg: Springer, 2011.
en Revista Española de Ciencias Política, 31, marzo, 2013, pp. 211-215.
La construcción de la
economía política contemporánea ha seguido distintas fases, impulsos y
contribuciones y parece renacer en los tiempos de cambio en los que viven las
ciencias sociales. Tal como señalan los editores en la introducción, “la
moderna economía política no puede ser comprendida sin las aportaciones de dos
eminentes académicos, Douglass C. North y William H. Riker”, y las aportaciones
de ambos sobre la economía política de las instituciones y el análisis político
positivo, respectivamente, han inspirado a los autores de esta obra colectiva.
A través de aportaciones teóricas, análisis de casos, evidencia histórica,
estudios comparados y modelos econométricos, el libro recoge un conjunto de
aportaciones originales que se sitúa en la frontera de investigación de la
economía política de principios del siglo XXI.
La obra se compone de
dieciséis capítulos, de los cuales los ocho primeros se centran en el estudio
de las instituciones (incluyendo situaciones democráticas y no democráticas),
buena parte de los cuales asumen la óptica propia de lo que podríamos llamar Nuevas Ciencias Sociales Institucionales,
mientras los ocho siguientes desarrollan análisis más específicos del
funcionamiento de la democracia y los procesos electorales. Abundan en su
índice los estudios concretos de casos específicos, lo cual apunta en una
dirección cada vez más presente en todo este programa de investigación: si hay
algo que surge naturalmente de colocar el énfasis en las instituciones, es la
noción de diversidad. La comprensión de las configuraciones institucionales
exige apreciar su condición diversa en el tiempo y el espacio.
Cabe resaltar que el libro
tiene además una clara conexión con la vida académica española, no ya porque
uno de los editores sea un investigador español, sino porque en el cómputo
general de la obra, ocho de los dieciséis capítulos de la obra están realizados
por investigadores españoles o extranjeros residentes en España. Este es el
caso de los capítulos firmados por C. Boix, Y. González de Lara, F. Toboso, G.
Caballero, I. Urquizu, D. Kselman y J. Eguia. Quizá pueda decirse que los
nuevos análisis institucionalistas han tardado en arraigar en España, pero este
libro demuestra que, cuando lo han hecho, ha sido con profundidad y notable
fruto.
El libro muestra hasta qué
punto la moderna ciencia política ha sido capaz de incorporar con fuerza y como
algo propio algunas nociones nacidas en el ámbito de otras ciencias sociales,
sobre todo la economía; la fertilización
cruzada, que tanto deseara Schumpeter –quién en realidad temía que del
encuentro entre unas y otras pudiera salir más bien una esterilización cruzada- se hace cada vez más visible. Este hecho
debiera saludarse con satisfacción, pues si algo muestra la realidad social de
los últimos años es que cada una de las disciplinas por si sola es incapaz de
explicar y de predecir la complejidad de fenómenos a los que se enfrenta: en
particular, la Economía, que ha dejado ver tantas de sus miserias últimamente,
encuentra vías de solución epistemológica cuando se convierte en Economía
política (cosa que por otro lado dista de ser una novedad: lo sabían ya muy bien
los economistas clásicos).
A las posibilidades de esa
fertilización cruzada contribuye en importante medida que una parte de la caja
de herramientas de unas y otras ciencias sociales se va haciendo cada vez más
semejante, lo que permite compartir también el lenguaje formal. En particular,
del uso de los modelos matemáticos de un modo pertinente –sin la injustificada
desmesura que no pocas veces se observa en la Economía-, para avanzar en el
desarrollo de los argumentos, deja amplio testimonio la presente obra.
El libro mantiene una línea
de mayor coherencia y unidad en su primera parte, para hacerse más dispersa en
la segunda. En la primera, el motivo principal de la consistencia argumental
procede de las presencia del factor institucional: Instituciones es su título. Comienza magníficamente con un capítulo de Avner Greif y Christopher
Kingston en el que se compara el enfoque de las instituciones-como-reglas
frente al enfoque de las instituciones-como-equilibrio. El primer enfoque,
propio de la tradición northiana, intenta desarrollar una teoría sobre cómo las
reglas de juego en una sociedad son seleccionadas, mientras el segundo
–liderado por Masahiko Aoki y el propio Greif- endogeniza el cumplimiento de
las reglas y se centra en el estudio de la motivación humana. El capítulo
estudia cómo las instituciones son seleccionadas y cómo afectan al
comportamiento humano, analiza cómo se pueden estudiar los procesos de cambio
institucional y pone en valor las potencialidades del enfoque de las
instituciones-como-equilibrio. Toda una aportación.
Siguen dos capítulos que
abordan el estudio del Estado. El firmado por Carles Boix, Bruno Condenotti y
Giovanni Resta estudia el número y tamaño de Estados soberanos a lo largo del
tiempo a través de un modelo teórico que incorpora factores como la
maximización de la renta neta, los costes de la violencia, los ingresos del
Estado y la ventaja comparativa, la identidad nacional y la secesión. El
trabajo es novedoso, pues sus conclusiones apuntan a que el tamaño de los Estados
se incrementa cuando las tecnologías bélicas se hacen capital-intensivas y a
que el número de Estados cae con la expansión demográfica y el desarrollo.
Siguiendo en la línea de comprender el funcionamiento de los Estados, el
capítulo de Desirée Desierto y John Nye estudia, con un fuerte despliegue empírico, un problema singular: por qué
los Estados débiles prefieren la prohibición a la imposición; su argumento es
que declarar un bien no deseable como ilegal puede resultar más eficiente que
legalizarlo y gravarlo impositivamente en el caso de Estados débiles. De este
modo, se explica una pauta de comportamiento en Estados propensos a la
corrupción y al cumplimiento imperfecto de acuerdos.
Los dos siguientes capítulos
aportan dos casos de análisis histórico institucional. El primero de ellos, en
la línea analítica de Greif, está firmado por Yadira González de Lara y se
centra en la exitosa Venecia medieval, que consiguió tasas de crecimiento
económico muy importantes gracias a actividades comerciales que implicaban
realizar inversiones de capital en actividades con riesgo. El capítulo analiza
las instituciones legales y administrativas que permitieron ese desarrollo y
esas actividades. El segundo de ellos, realizado por Alfred Darnell y Sunita
Parikh, se centra en el caso de la India bajo el imperio británico y tras la
independencia, para estudiar la estabilidad judicial durante el cambio de
régimen. Para ello, se analizan las relaciones con el poder ejecutivo en ambas
fases y se testa la posible aplicación de diversas teorías de toma de
decisiones judiciales para el caso estudiado.
Hasta el presente, las
cuestiones distributivas no han figurado entre las cuestiones más destacadas en
la agenda de investigación de la Nueva Economía Institucional. Por eso es interesante
la aportación de Fernando Toboso, profesor de la Universidad de Valencia, quien
revisa la literatura previa y analiza cómo el marco institucional determina las
posibilidades de negociación en los mercados, evidenciando cómo las
instituciones importan no sólo para la eficiencia, sino también para la
distribución de la renta.
Los dos últimos capítulos de
la primera parte de la obra se centran en el estudio de las instituciones
democráticas. Por una parte, Gonzalo Caballero estudia la cuestión de la
organización industrial de los parlamentos desde una perspectiva comparada que
analiza los Congresos de Estados Unidos, España y Argentina. El capítulo
evidencia la importancia de caracterizar los distintos modelos parlamentarios
en función de si las reglas electorales se focalizan en los partidos políticos
o en los candidatos individuales, por una parte, y de si el sistema de
comisiones parlamentarias es fuerte o débil, por otra. Su conclusión es que
este diseño institucional de los parlamentos afecta al policy-making y determina el grado de profesionalización de los
legisladores. No lejos de esta visión, el capítulo de Ignacio Urquizu analiza
las coaliciones de gobierno y el comportamiento electoral, resolviendo
empíricamente preguntas sobre por qué ante una crisis económica los electores
pueden castigar al partido mayoritario de la coalición y premiar al partido
minoritario. En este sentido, el capítulo aborda la “accountability” de los
gobiernos destacando la importancia de centrarse en los partidos como objeto de
estudio y no en los gobiernos como si estos fuesen actores individuales. Este
análisis expone los mecanismos causales que explican cómo el voto económico
funciona en gobiernos formados por varios partidos.
La segunda parte de la obra (Democracia y Voto) se inicia con dos
capítulos de Norman Schofield y su grupo de investigación del Center in
Political Economy de la Washington University in St. Louis, en los que aborda
el análisis de procesos electorales a través de un modelo estocástico general
de elecciones en el que el electorado tiene en cuenta la cualidad (“valencia”)
de los candidatos. El primero de los capítulos (por Schofield, Claasen, Gallego
y Ozdemir) estudia las elecciones presidenciales de Estados Unidos, modelizando
los procesos electorales de 2000 y 2004 y considerando las diferencias de
“valencia” entre candidatos debido a los recursos que son aportados a los
candidatos por los activistas del partido. Se argumenta que la diferencia entre
el equilibrio que se obtiene desde el modelo espacial con características y las
posiciones de candidato estimadas es compatible con la posición de los
activistas. El segundo de los capítulos (por Schofield, Jeon, Muskhelishhvili,
Ozdenir y Tavits) se centra en varias elecciones celebradas en antiguos países
comunistas. Un elemento común a ambas contribuciones –y uno de los más
relevantes del conjunto del libro- es la inclusión de una comparación de
resultados de tres democracias de sistema plural (EEUU, Gran Bretaña y Canadá),
tres países con sistemas electorales proporcionales (Polonia, Turquía e Israel)
y tres anocracias (Georgia,
Azerbaijan y Rusia). Entre otras conclusiones se sugiere que en los Estados
Unidos el efecto activista domina sobre el efecto electoral, y los grupos de
activistas ejercen una influencia considerable sobre las posiciones de los
candidatos, mientras en los sistemas de representación proporcional la
influencia activista suele ser mucho más débil.
También Lawrence Ezrow
reflexiona en el capítulo siguiente sobre si los partidos políticos responden a
cambios en las preferencias de sus partidarios o a cambios en la posición del
votante mediano, y concluye que los sistemas electorales condicionan las
relaciones entre ciudadanía y partidos. Mediante un estudio empírico centrado en
quince democracias occidentales durante el período 1973-200, el autor alcanza
una llamativa conclusión: los partidos de sistemas proporcionales responden
sistemáticamente a la posición del votante mediano mientras los partidos de los
sistemas no-proporcionales no tienen la misma tendencia.
Sigue un bloque de trabajos
sobre la importancia decisiva de determinadas reglas para el desarrollo del
juego político democrático. El primero de ellos –realizado por Daniel Kselman-
estudia mediante un modelo teórico de juegos cómo las instituciones electorales
afectan a la incidencia de la corrupción política, mostrando que el parámetro
institucional más importante para reducir los sobornos políticos es la
estructura de la votación. De este modo, se argumenta en contra de la idea de
que las instituciones mayoritarias generen una gobernanza mejor que los
sistemas de representación proporcional. El propio Kselman, junto con Joshua
Tucker, elabora en el siguiente trabajo un modelo teórico de juegos de entrada
de partidos para el caso de regímenes parlamentarios con representación
proporcional. El análisis del equilibrio de Nash perfecto en subjuegos permite
una primera aproximación, pero el capítulo muestra la complejidad de la
situación y la relevancia del punto ideal del candidato entrante. Por su parte,
Carol Mershon y Olga Shvetsova estudian por qué los legisladores de un partido
pueden abandonarlo y unirse a otro. El capítulo muestra cómo el cambio de
afiliación partidaria no sólo se debe al cálculo de pérdidas y ganancias del
político, sino también a cuándo es probable que se produzcan las ganancias o
pérdidas potenciales.
La obra se cierra con dos
contribuciones teóricas de interés. Jon Eguia y Antonio Nicolo estudian
formalmente la distribución de bienes particulares (proyectos locales
ineficientes tipo “pork”) que benefician ampliamente a una pequeña parte de la
población pero cuyos costes son diluidos entre un conjunto más amplio de
contribuyentes, y caracteriza el conjunto de equilibrios en un modelo de
política distributiva con bienes públicos locales ineficientes. Posteriormente,
el capítulo de Andrei Gomberg presenta un modelo que, basado en las ideas de
preferencias reveladas y racionabilidad, desvela qué información se puede
deducir sobre preferencias no observadas y las reglas de agregación de
preferencias aplicadas en una comisión si disponemos de un número suficiente de
observaciones de decisiones tomadas por esa comisión con miembros variables.
En suma, estamos ante
un libro que borda con buenas dosis de rigor teórico y riqueza empírica una
diversidad de interesantes problemas de la economía política contemporánea. Un
libro que debieran frecuentar todos los interesados por una genuina integración
entre análisis económico y político, así como por el impacto de las
instituciones en la vida social.