A ORILLAS DE LA CIFRA
Xosé Carlos Arias
Contradicciones de
la devaluación interna
Desde que se
oscureció el escenario económico, algunas expresiones antes solo usadas por los
técnicos han pasado a ser de dominio común; entre ellas figura la “devaluación interna”. Por tal cosa se
entiende, más o menos, una política dirigida expresamente a deprimir los
salarios, con el fin de ganar alguna dosis de competitividad, que por algún
motivo se ha visto reducida. Las razones que ahora mismo se suelen invocar en
un país como España para llevar adelante una política de ese tipo son dos.
La primera
remite a la presión que origina en los países desarrollados la dinámica de la
deslocalización económica. Es este un factor que en ningún caso se puede
ignorar: son muchos los países, y algunos muy grandes, que están llegando a
ocupar posiciones importantes en mercados internacionales muy diversos, y lo
hacen –ya se sabe- con una fórmula arrasadora de capitalismo de Estado y
salarios de miseria. Para competir con eso, se dice, no nos queda otra opción
que la de reducir de un modo notable nuestros propios salarios. Algo de lo cual
parecen totalmente convencidos algunos dirigentes europeos, como la señora
Merkel.
Pero ante
esto, cabe preguntarse: ¿seremos realmente capaces de competir con China o
India en esos términos?. ¿Sería posible –no digo deseable- ahora mismo en
Europa occidental regresar a un mundo dickensiano
sin que rompieran todas las costuras del edificio social?. ¿No habría que
buscar la fuente de la verdadera ventaja competitiva en otros lugares, como la
educación, la calidad institucional y la continuada mejora científico-técnica,
como afirman las modernas teorías del crecimiento?. Sobre esto hay que recordar
que en muchos países, como el nuestro, estas últimas actividades están siendo
gravemente constreñidas en el contexto de la actual política de supuestas
“reformas para ganar competitividad a largo plazo”.
La segunda
razón se refiere a las condiciones existentes en una unión monetaria, como la
eurozona: cerrado el mecanismo de devaluación del tipo de cambio, las
diferencias en productividad y capacidad competitiva en el interior del área
exigen reducción de salarios por parte de los rezagados. Lo cual se convierte
en imperativo en gran medida por la actual deriva de la UE, que considera
anatema cualquier posibilidad de una verdadera política anticíclica común (ni
transferencias internas, ni una mínima mancomunidad de deuda, ni una verdadera
unión bancaria).
En esas
condiciones, la ratonera en que se ha convertido el club del euro apenas deja
alternativa a la devaluación interna (de hecho, ya ha ocurrido, en porcentajes
en torno a un 8 % desde 2008). No estaría mal que los diferentes agentes
políticos y sociales lo entendieran para llevarlo adelante de un modo
consensuado y repartiendo equitativamente sus costes (algo que, en último
término hace añorar los Pactos de la Moncloa de 1977). Pero por bien que se
haga, introduce una tremenda incógnita sobre el futuro de la propia integración
europea: si la unión monetaria era realmente eso, es decir, si para mantenerla
será imprescindible reducir notablemente los salarios en muchos países, ¿no
optarán algunas sociedades por romper los grilletes, a pesar de los problemas
de todo tipo que ello pudiera traer consigo?.
Pero hay en
todo ello una contradicción mucho más inminente: el trade-off (situación de incompatibilidad) entre objetivos
económicos a largo y a corto plazo. Aún si se admite la necesidad de una
devaluación interna en una perspectiva temporal dilatada, ante la coyuntura
actual de caída sostenida e importante de la demanda interna, la presión sobre
las rentas puede ser -está siendo ya- una de las principales mechas del gran
incendio económico. Ello requiere –como siempre ocurre con los problemas de trade-off- gradaciones, matices, reparto
en el tiempo, finos ajustes; es decir, sutiles cirugías y no brutales y
continuos machetazos. Por eso esto no mejora.