lunes, 11 de febrero de 2013

"Políticas monetarias: hacia una nueva agenda"

"Políticas monetarias: hacia una nueva agenda", La Voz de Galicia, Mercados, 9-XII-2012

A ORILLAS DE LA CIFRA

Xosé Carlos Arias

     Políticas monetarias: hacia una nueva agenda

Fuera de las cabezas de algunos banqueros centrales, pocos elementos permanecen de lo que fue la idea principal de política monetaria durante al menos dos décadas, hasta el año fatal de 2008. Recordemos brevemente en qué consistió aquella idea: 1) la estabilidad de precios –con máximos de inflación del 2 %- fijaba la referencia para el conjunto de la estrategia macroeconómica, convirtiéndose en el objetivo absoluto, y con frecuencia exclusivo, de las políticas monetarias. 2) La estabilidad de precios se entendía como sinónimo de estabilidad económica general y garantía de finanzas equilibradas. 3) la credibilidad del banco central era la clave de bóveda para alcanzar los objetivos anteriores, para lo cual era imprescindible su máximo grado de independencia del poder político.
Este esquema dio resultado durante bastante tiempo, o al menos eso se pensaba por entonces, lo que permitió que los banqueros centrales se convirtieran en figuras reverenciales, por encima del bien y del mal, cuyas opiniones casi nadie se atrevía a discutir (el ejemplo de Alan Greenspan es paradigmático). Sin embargo, por debajo de todo eso –o mejor sería decir: delante de las narices de esos falsos oráculos- se fue formando la gran bolsa de las finanzas desmesuradas y fuera de control, cuya explosión nos ha traído la cadena de desastres que aún nos atribula.
Por eso, muy poco después del accidente de Lehman Brothers, y ante la amenaza muy cierta de que sobreviniera “una nueva Gran depresión”, las políticas monetarias experimentaron una radical transformación: conocedores de que el gran problema al que se enfrentaban era un gigantesco shock de crédito –una verdadera “trampa de la liquidez”- los bancos centrales no solamente bajaron con intensidad sus tipos de interés, sino que recurrieron a procedimientos extraordinariamente heterodoxos –en relación con lo que fueron sus prácticas durante las décadas precedentes- en materia de expansión cuantitativa de los medios de pago.
Es cierto que también en materia de políticas fiscales sobrevino de inmediato una gran heterodoxia, con la introducción discrecional de estímulos masivos. Pero ya se sabe que esa orientación, sobre todo en Europa, no duró mucho: a partir de la primavera de 2010 la prioridad de esa política viró radicalmente hacia la consolidación presupuestaria. Las políticas monetarias, en cambio, aún con altibajos, mantuvieron una línea de continuidad expansiva básica: puede decirse que fueron esas políticas las que, para el conjunto de los años de crisis, llevaron la carga de la lucha contra la siempre presente amenaza de recesión. Aunque no todos los hicieron con igual firmeza y coherencia: si la Reserva Federal o el Banco de Inglaterra supieron comportarse casi en todo momento como verdaderos prestamistas de último recurso, es bien sabido que el BCE alternó fases de positivo activismo con otras de letal inhibición.  
   ¿Y ahora?. La opinión más general apunta a que las estrategias monetarias no pueden sino seguir siendo muy expansivas, al menos hasta 2015. Pero caben muchas dudas sobre su eficacia, sobre todo por un motivo: están muy cerca de agotar sus márgenes de posible actuación: en el caso de los tipos de interés el recorrido a la baja es casi inexistente en la mayoría de los casos, y la expansión cuantitativa ha llevado a la Reserva Federal, por ejemplo, a una triplicación de su balance, a un ritmo que es imposible de mantener por mucho tiempo.  En esas condiciones, pónganse como se pongan los  doctrinarios de la austeridad, no va a quedar más remedio que ceder protagonismo a una cierta idea de política fiscal activa, si se quiere evitar el precipicio de una fuerte recesión.
Pero es interesante destacar que, además de estas consideraciones sobre el presente y futuro inmediato de las políticas monetarias, a lo largo de los dos últimos años se ha registrado un importante debate sobre cómo debe recomponerse su agenda de fondo, en una perspectiva más de largo plazo. Sobre este punto, son particularmente recomendables los trabajos recientes del equipo de investigación del Banco de Pagos de Basilea (sobre todo uno titulado “Central Banking Post-crisis”), así como los de un comité del norteamericano Instituto Brookings, del que forman parte economistas tan destacados como Rodrik, Rogoff o Reinhart (“Rethinking Central Banking”). Pues bien, un nuevo consenso va emergiendo en el que destacan tres importantes novedades: el objetivo de la política monetaria debe ir más allá de la estabilidad de precios, y centrarse en el producto nominal; la política monetaria debe integrarse con la regulación financiera; y es necesario avanzar en la coordinación efectiva entre las autoridades monetarias nacionales.
Hay otra serie de cuestiones, tal vez más importantes que las anteriores, sobre las cuales no hay consenso, pero sí vivos debates e innovaciones teóricas (que desde luego no existían antes de la crisis). También aquí mencionaremos tres: la necesidad de ampliar la idea de estabilidad de precios hasta un 4 o un 6 %; la exigencia de límites al principio de independencia de los bancos centrales; y la introducción de algún tipo de controles sobre los flujos transnacionales de capital. Se trata de cuestiones abiertas y de gran calado, sobre las cuales seguiremos oyendo hablar, y cada vez más alto, durante los próximos años.