VALOR Y PRECIO
Xosé Carlos Arias
Economía
y política en 2013
No hay frase
que en los últimos años se repita más cuando se habla de los tortuosos caminos
de la economía y la política económica: vivimos en un mundo en el que la
voluntad de los gobernantes está dominada por los mercados de capital. No
faltan, desde luego, razones para creerlo así. Cabe sin embargo matizar que
ésta no es una realidad nueva; por el contrario, convivimos con ella desde hace
al menos un par de décadas, aunque sea ahora cuando ha mostrado sus peores
caras. Es por eso, precisamente, que la mayoría de la gente está aún tomando
conciencia de lo que significa ese auténtico dogal que el comportamiento de los
inversores impone a las políticas públicas.
En un libro
escrito conjuntamente con mi colega Antón Costas –La torre de la arrogancia, Ariel, 2ª edición, 2012-, hemos
intentado explicar las razones por las que creemos, un tanto a contracorriente,
que en una perspectiva de largo plazo ahora vamos más bien hacia un escenario
con mayor protagonismo de la política. Eso sí, pasando por múltiples episodios
contradictorios y no pocas involuciones, de las que a lo largo de los dos
últimos años ha habido muchas y diferentes muestras, desde el inusitado
protagonismo de la tecnocracia en varios países europeos, a la moda de
introducir estrictas reglas fiscales en las constituciones.
Pues bien,
2013 se está manifestando ya –para bien o para mal- como un año en el que los
juegos y resultados electorales, y las orientaciones específicas de los
gobiernos, parecen jugar un papel más activo en cuanto a la marcha de las
distintas economías. De hecho, el año económico comenzó mostrando la peor cara
de la política democrática, cuando diferencias casi insalvables entre los dos
grandes partidos norteamericanos en materia de política fiscal (muy lejos del
tópico antipolítico del “todos son iguales”) estuvieron a punto de provocar un
nuevo colapso en la economía internacional. Algo de lo que aún no estamos a
salvo, pues el asunto volverá con fuerza al primer plano en apenas un mes. Lo
que sí va quedando claro, en todo caso, es que este segundo mandato de Obama
apunta hacia una agenda menos neutra, más “politizada” hacia la izquierda.
Otro episodio
reseñable es el de Japón, en donde el gobierno salido de las recientes
elecciones ha puesto en marcha un programa de política económica muy diferente
al anterior. Se trata de un plan de relanzamiento económico en toda regla, que
equivale a casi un 3,8 % del PBB del país, de lo cual más o menos la mitad son
estímulos directos en forma de inversiones y contratos públicos. Al mismo
tiempo, el nuevo gobierno no ha disimulado sus presiones sobre el Banco de
Japón –violando el supuestamente sagrado principio de independencia- para que
éste cambie sus estrategias y encare una lucha efectiva contra las ya crónicas
tendencias deflacionistas del país. Con todo ello, observamos que en estos
momentos en el conjunto de los países desarrollados está en vigor toda una
diversidad de políticas macroeconómicas: de estímulos masivos (Japón), de
expansión limitada (Estados Unidos) y de austeridad compulsiva (casi toda
Europa).
También en el viejo continente nos
encontramos ante coyunturas electorales importantes, que pueden traer consigo
cambios significativos en las políticas macroeconómicas. La primera de ellas
tendrá lugar en Italia dentro de unas pocas semanas. El momento italiano es
interesante porque, al margen del resultado final, se va a producir un “regreso
de la política” en todos sus términos, poniendo fin al experimento tecnocrático
del último año. Puede ocurrir, desde luego, que Mario Monti vuelva al gobierno
tras las elecciones, pero si tal cosa ocurriera, Il Professore difícilmente podría presumir de su condición de mero
técnico, al margen del tradicional juego político, con la formación de
coaliciones, etcétera. Lo cual, es cierto, puede hacer más difícil la gestión
económica (y la prima de riesgo posiblemente lo acusaría), pero para la salud
democrática del país mala cosa no sería.