A ORILLAS DE LA CIFRA
Xosé Carlos Arias
Revisionismos de largo alcance
Hace un par de décadas, cuando alguien aludía al dogma económico ultraliberal y su
aplicación impenitente a las políticas económicas nacionales –sobre todo en los
países del por entonces llamado Tercer Mundo-, inmediatamente se pensaba en las
dos grandes agencias multilaterales de la Avenida Pensilvania, en la ciudad de
Washington: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Pues bien, ya
en los años noventa esta última organización se fue distanciando del recetario
simple (no por casualidad llamado Consenso
de Washington) que se recomendaba y con frecuencia se imponía a los países
que requerían financiación: liberalización, privatización, desregulación,
sector público mínimo. Tras el nombramiento de Joseph Stiglitz como economista
jefe del Banco, la visión y la agenda de éste cambiaron, abriéndose a la idea
de que la calidad institucional, el capital humano y las condiciones de la
distribución de la renta importan, y mucho, en el camino hacia el crecimiento y
el desarrollo.
El FMI, sin embargo, apenas modificó su discurso hasta hace muy poco tiempo, manteniéndose
de hecho como el gran baluarte del pensamiento económico más tópicamente
ortodoxo. Durante todo ese tiempo, sus equipos de estudios equiparon de
argumentos a las tendencias que efectivamente llevaron a la construcción del
capitalismo hiperfinanciero que está en el origen de la actual cadena de
desgracias. Esos argumentos no dejaban espacio para la duda: por ejemplo, la
desregulación bancaria o la apertura generalizada de la cuenta de capital eran
condiciones inexcusables para el crecimiento; y en otro ámbito, los ajustes
fiscales favorecían de un modo continuado la expansión.
Pero en los últimos años la experiencia durísima de esta crisis también está haciendo
cambiar al Fondo. En ese sentido, es de justicia reconocer el papel jugado por
Dominique Strauss-Kahn como director gerente, que nada tiene que ver con las
rijosas actividades por las que probablemente será recordado. El llevó al
organismo, en condición de responsable de investigación, al macroeconomista
francés Olivier Blanchard, con quien la piel del FMI está mudando en algunos importantes
aspectos (sobre todo en los de carácter intelectual; no tanto, desde luego, en
los resolutivos).
Cabe recordar que el propio Blanchard se movía en 2007 en ámbitos académicos plenamente
ortodoxos: aun procediendo del keynesianismo, escribió en ese año un artículo
(“El estado actual de la macroeconomía”) que venía a sentenciar que ya, por
fin, se había llegado a un
consenso en la teoría económica en torno a ideas que destacaban la estabilidad
indefinida, la plena racionalidad, la política mínima. Y sin embargo, ya en sus
nuevas funciones institucionales, Blanchard y su equipo supieron apartarse
rápidamente de esas ideas, cuando en documentos como el ya famoso “Rethinking Macroeconomic Policies”
dieron un viraje importante a la visión de la política económica que había
predominado en las décadas precedentes, y se abrieron al reconocimiento de la
necesidad de políticas activas, ambiciosas y cambiantes.
Quizá más notable aún ha sido la transformación del discurso en materia de apertura de la
cuenta de capital, en torno a lo cual, como ya he sugerido, el Fondo fue
durante mucho tiempo el principal impulsor de la máxima liberalización. Para
sorpresa de casi todos, en una sucesión de documentos –desde el inicial,
significativamente titulado “Capital
Inflows: The Role of Controls”, 2010- su equipo de investigación ha ido generando
argumentos en favor de una cierta recuperación de los controles de capital
transnacionales, lo que en sí mismo constituye una advertencia clara de que
esos controles seguramente se acabarán imponiendo más pronto que tarde. Lo que
llevará a un mundo bastante diferente en las finanzas globales, con una mayor
segmentación de los mercados.
Por último, en los últimos meses, el propio Blanchard ha firmado varios trabajos que
impugnan expresamente las ideas antes aceptadas por el FMI de una supuesta “austeridad expansiva”: su revision delvalor de los multiplicadores fiscales no es original (otros economistas
importantes lo venían diciendo ya), pero si particularmente significativa por
venir de quien vienen: resulta que políticas de recortes presupuestarios como
las practicadas actualmente en Europa no tiene efectos contractivos menores,
como el Fondo decía hace un par de años (estimando un valor 0,5 del
multiplicador), sino inmensos (el valor 1,5 que ahora le asigna). En un trabajo
recientísimo (“Errores en la previsión de
crecimiento y multiplicadores fiscales”, 2013), Olivier Blanchard y Daniel
Leigh dejan claro que la voluntad de revisión del Fondo –al menos en sus entes
pensantes- va más allá de lo que hace poco tiempo podíamos imaginar.
Una pregunta queda en el aire: estos intentos de superar inercias doctrinales que han durado
demasiado tiempo, ¿son de largo alcance o solo flor de un día?. Y si fuese lo
primero –tal y como yo creo- ¿a qué esperan algunos organismos europeos
–gobiernos, bancos centrales, think tanks-
para ha