A ORILLAS DE LA CIFRA
Xosé Carlos Arias
Galicia y la montaña que
parió un ratón
El
presupuesto europeo tiene varias características singulares, que lo alejan
mucho de los modelos de organización de las cuentas públicas nacionales: su
extensión plurianual, a lo largo de siete ejercicios económicos; la complejidad
de sus procedimientos de elaboración; los criterios estrambóticos de
distribución de los gastos por sectores, con la agricultura acaparando en torno
a un 40 % del total; y sobre todo, su mínima dimensión, que no llega siquiera
al 1 % del PIB de la UE.
Este último
punto resulta particularmente chocante en el contexto de profunda crisis que
vive el continente. A todas horas se oye decir que no contar con una política
fiscal común constituye una falta de coherencia general del proceso de
integración (al menos si hablamos de la eurozona), y parece obvio que la manera
más directa de resolver ese problema sería dar más peso al presupuesto europeo,
reduciéndose el de los Estados. Pues bien, el resultado de la reciente cumbre
avanza directamente en la dirección opuesta, haciendo que se aleje aún más del
1,2 % que llegó a alcanzar hace una década. Decididamente, la gran montaña de
la política europea ha parido un ratón.
Podrá
objetarse que el ratón equivale a más de 900 mil millones de euros. Poca cosa
en términos relativos, pero que puede jugar un papel de impulso importante,
como se sabe bien en los países que, como el nuestro, han recibido cuantiosas
partidas de fondos estructurales durante décadas. De cara a los difíciles
próximos años, la prioridad máxima de las decisiones presupuestarias debieran
ir dirigidas a la reconstrucción del modelo, o modelos, de crecimiento en
Europa sobre unas bases sanas de productividad, que lejos de basarse sólo en
reducciones de salarios, se basen en el impulso de la innovación y el cambio
técnico (o sea, el cumplimiento de la llamada Agenda de Lisboa). Sin embargo, lo que vemos es lo contrario:
también en el ámbito europeo los recortes apuntan a partidas fundamentales,
como la I+D.
En ese
escenario tan poco estimulante, ¿cómo aparece Galicia?. Pues curiosa y
afortunadamente, no del todo mal, pues, pese a los malos augurios de partida,
se podría beneficiar del mantenimiento de fases de transición para las regiones
que dejan de figurar en los objetivos de convergencia, como receptoras de
fondos (algo ha debido influir en ello que seis länder alemanes se encuentren
en la misma situación). Recuérdese que abandonar esa posición, por superar el
90 % de la renta comunitaria, era algo conocido de antemano. Pero lo que en
tiempos normales habría que considerar casi una buena noticia –pues probaría
que ya no es necesaria la asistencia de primera mano-, en las actuales
circunstancias podría ser una tragedia. Bienvenidos sean, por tanto, los 2.000 millones adicionales.
Eso sí, habrá que extremar el cuidado para el buen uso de esos recursos, que
seguramente serán los últimos que se reciban por esa vía. Una revisión profunda
de los criterios de inversión es obligada, teniendo en cuenta la escasa
rentabilidad económica y social de bastantes proyectos en el pasado.
Pésimos en lo
general, aceptables desde una perspectiva más próxima y directa, el nuevo marco
presupuestario plurianual está ya dibujado. Pero mal haríamos en considerarlo
cuestión zanjada, pues aún le faltan varias etapas para su aprobación
definitiva. De cara a la próxima, un Parlamento Europeo muy enfadado –y mala
cosa sería, desde una perspectiva europeísta, que no lo estuviera- ya está
velando sus armas.