A ORILLAS DE LA CIFRA
Xosé Carlos Arias
Tercera fase: ¿Japón indica el camino?
A medida que
nos vamos internando en 2013, se refuerza la impresión de que, más tarde o más
temprano, este año podríamos asistir a la aparición de una nueva fase de la
crisis –la tercera-, sobre todo en lo que se refiere a las respuestas de
política pública para hacerle frente. Las dos primeras, ya se sabe, tuvieron
orientaciones abiertamente contradictorias entre sí: en 2008-2009 la línea de
las políticas macroeconómicas, tanto la monetaria como la fiscal, fue
ultraexpansiva, con un uso masivo de todo tipo de estímulos a la demanda.
Frente a eso, a partir de mayo de 2010 y hasta ahora mismo, lo que se impone es
una prioridad por la consolidación fiscal, que en el caso europeo ha tenido
manifestaciones casi patológicas.
Es curioso
que, a pesar de sus muchas diferencias, las dos políticas también hayan
presentado elementos de similitud: ambas fueron adoptadas al borde del
precipicio, sin márgenes para muchas meditaciones, y por eso tuvieron un
carácter improvisado que las llevó a cometer muchos errores. El otro elemento
común es su carácter desmesurado –podría decirse que desaforado-, de
estimulación casi sin límite, primero, y recortes a discreción, en el segundo. Los
efectos secundarios fueron en los dos casos nefastos, pero hay que decir que la
política de 2009 al menos consiguió su principal objetivo, evitar que la
economía global cayera en una profunda depresión, mientras que la de los dos
últimos años apenas consiguió mejoras en lo que tanto ha buscado: la
reconducción de las deudas públicas soberanas a sendas sostenibles. Y ello a
pesar de que habernos devuelto a la presente situación de recesión paneuropea.
Es por esto
último que cada vez son más fuertes las voces que hablan de la necesidad
ineludible de transitar ya, ahora mismo, a una política diferente: a una
tercera fase de las políticas anti-crisis. Veremos lo que pasa en Europa, donde
mucho depende de las coyunturas electorales. En todo caso, el reforzamiento de
la figura de François Hollande en el espacio europeo tras la operación militar
en Mali, podría favorecer ese tránsito, por ser el presidente francés su más
explícito partidario: una coalición del sur europeo a favor de algún compromiso
con el crecimiento cobra ahora más verosimilitud. En Estados Unidos, por su
parte, durante los últimos años el activismo contra la crisis ha recaído sobre
todo en la política monetaria, pero todo indica que sus resultados están ya a
punto de agotarse: después de más de cuatro años con tipos de interés de casi
cero, y habiéndose más que triplicado el balance de la propia Reserva Federal
como consecuencia de las operaciones de quantitative
easing, pocos márgenes quedan ya a la política monetaria. Lo que sugiere
que en ese país, a pesar de las amenazas de abismo fiscal, no tardaremos en ver
de nuevo importantes estímulos fiscales selectivos.
Pero la
verdadera novedad está en otro gran país industrial, Japón, en donde el nuevo
gobierno de Shinzo Abe acaba de dar un viraje radical a la política económica,
con el fin de atajar de una vez los grandes problema del país: sus tendencias
profundas al estancamiento y la deflación. Se basa en introducir de inmediato
grandes programas de gasto público, y obligar al Banco de Japón a relajar su
objetivo de inflación, en la vulneración más expresa que cabe recordar del
principio de independencia de la banca central desde hace mucho tiempo. Esto
último resulta por sí mismo muy revelador, por cuanto anuncia que ese
principio, indiscutido en la fase de expansión, acaso experimente un serio
retroceso en los próximos años con carácter general.
La nueva
orientación suscita muchas dudas y algún temor; es lógico que sea así, dado su
alto grado de heterodoxia, pero también debido al carácter político de ese
gobierno, decididamente conservador y ultranacionalista (además, por supuesto,
de que las siniestras declaraciones de algunos de sus ministros en otros
ámbitos, como la conveniencia de recortar la vida de los pensionistas, susciten
escasas simpatías). En algunos países se teme que el control sobre el Banco de
Japón vaya en realidad dirigido a una estrategia de depreciación competitiva
del yen que conduzca a una espiral proteccionista. De ser así, su impacto sobre
el comercio resultaría muy dañino. En cualquier caso, de momento cabe observar
que ese gobierno muestra su decisión de utilizar todos los recursos
disponibles, fiscales y monetarios, para frenar el desastre.
¿Japón señala
el camino para el futuro inmediato al resto de los países desarrollados?, se ha
preguntado el economista de Berkeley Barry Eichengreen. En todos sus términos,
seguramente no. Aunque algún efecto es seguro que surtirá: la experiencia de
ese país podría estar apuntando a una mayor diversidad en la definición de las
políticas entre los diferentes países, pero también a que los recortes a
mansalva tienen los días contados en todas partes.